Se halla delimitado por las calles Defensa, Brasil, Av. paseo Colón y Av. Martín García.

Estos terrenos fueron -desde su origen- propiedad de comerciantes ingleses, que por su proximidad con el puerto tenían allí barracas que utilizaban como depósitos de mercaderías.

De frondosa vegetación y en lugar poco concurrido, eran utilizados para la realización de duelos. Allí, el 21 de noviembre de 1814, fue herido de muerte, en un duelo sostenido con el general Carreras, el general Juan Mackenna, irlandés al servicio del gobierno de Chile. Una placa de bronce colocada en la intersección de Balcarce y Brasil recordaba el luctuoso hecho.

En lo alto de la barranca, Av. paseo Colón y Martín García (ángulo sureste del actual parque) existía, en el año 1779, un edificio llamado “Casa de Pólvora”, que era uno de los arsenales de la ciudad. Además de los explosivos que allí comunmente se depositaban, se habían acumulado numerosos quintales de pólvora tomados a los portugueses en Santa Catalina y en la Colonia del Sacramento por las tropas vencedoras del virrey Pedro de Ceballos. El 19 de diciembre de 1779 se produjo una tremenda explosión que destruyó el depósito, y el Cabildo dispuso que ante la manifiesta protección divina (pues no obstante la magnitud de dicha explosión no se registraron víctimas ni devastación de casas y haciendas), ordenó por bando que el 27 de diciembre se celebrase una misa y un te deum en la iglesia matriz para dar gracias a Dios.

Con el correr del tiempo esas tierras pasaron a manos de otro inglés, amante de la naturaleza, que importó plantas exóticas para nuestras tierras (entre ellas los primeros perales), convirtiendo la quinta en un verdadero jardín botánico, que era conocida como la “quinta del inglés”.

En 1846 es adquirida por Carlos Ridgely Horne (casado en segundas nupcias con Mercedes Lavalle, viuda de Ezequiel Real de Azús y hermana del general Juan Lavalle), quien realizó importantes mejoras, parquizando la quinta y construyendo sobre la calle Reconquista (actual Defensa) la casa que ha llegado hasta nuestros días y que ocupa el Museo Histórico Nacional.

Pasó a ser conocida como “quinta de Horne”, y éste, muy amigo de Rosas, que le otorgó en exclusividad el comercio portuario, ofrecía allí tertulias y reuniones muy comentadas, siendo también muy amigo del almirante Brown, con quien solía pasear en amable plática por los jardines de la quinta.

A pesar de su amistad con Rosas, Horne ofreció seguro refugio en su quinta a numerosos unitarios, que al amparo de la noche bajaban por las barrancas al río y se embarcaban hacia la Banda Oriental. No obstante, luego de la caída de Rosas, Horne debió huir -a su vez- a Montevideo, logrando vender poco después la quinta a Daniel Mackinley, el que instaló en las cercanías una fábrica de jabón, pasando a ser conocida la propiedad como “la quinta del jabonero”.

A la muerte de Mackinley, en 1854, su esposa, Ana Lindo (nacida en Jamaica), vende la propiedad a José Gregorio de Lezama, salteño, casado con Angela de Alzaga, quien realizó importantes mejoras en la misma.

El 19 de abril de 1894 se firma, entre el intendente municipal, Dr. Federico Pinedo, y la señora Angela Alzaga de Lezama, un convenio de venta de la quinta al Municipio.

La quinta, de ciento doce mil y tantas varas cuadradas, o sea setenta y seis mil quinientos metros cuadrados, más o menos, de terrenos con sus plantaciones, jardines, incluso los edificios existentes que ocupan más o menos seis mil varas, o sea cuatro mil quinientos metros cuadrados, se vendió por la suma total de m$n 1.500.000.-, en títulos a la par de la deuda consolidada.

Se destacaba en el acuerdo que la señora de Lezama al aceptar la suma indicada, lo hace renunciando generosamente al valor real de la quinta, formada y cultivada durante cuarenta años, en el deseo de facilitar a la Municipalidad la realización de una de las más positivas e importantes mejoras de la Capital.

La Municipalidad concede a la señora de Lezama el derecho sobre todos los muebles de la casa, y así también el de habitarla por dos años, con las cocheras, caballerizas y servidumbre, libre de impuestos.

Reconociendo el acto de desprendimiento de la señora de Lezama, La Municipalidad se obliga como condición de compra a denominar Paseo Lezama al que se formaría en esta quinta, en recuerdo del esposo y del hijo de la enajenante, ambos fallecidos.

En 1914 se construyó el gran Auditorium sobre la calle Brasil, aprovechando el desnivel natural del terreno, que tenía 100 metros de largo por 40 de ancho, en forma de hemiciclo. Adoptando la forma de un anfiteatro romano, su nivel superior de seis metros era más alto que la plazoleta central, donde se levantaba el kiosco de música, y sus graderías con capacidad para 2.000 espectadores, le daban un aspecto atrayente, donde concurría numeroso público a escuchar los conciertos del maestro Malvagni.

En los primeros años del siglo XX el parque se caracterizó por su actividad social. El restaurante Ponisio, concesionado por la Municipalidad, era uno de los más concurridos por las familias de la sociedad porteña, como surge de las crónicas periodísticas de la época.

Existía además en el parque un hermoso circo con tribunas y picadero, en el cual se realizaban concursos hípicos y de carruajes, y el primer tren miniatura a vapor, llamado “Liliput”, que realizaba un trayecto de medio kilómetro por las calles del paseo.

El primer cinematógrafo de San Telmo funcionó también en el parque, y en la parte baja funcionaba un ring improvisado donde se realizaban encuentros boxísticos entre la gente joven del barrio.

El parque estaba rodeado de un muro con verja, como el que todavía se conserva en el sector de acceso al Museo Histórico Nacional, que fue retirado en la década del 20, y cuya colocación se dispuso -de nuevo- recientemente.

La historia del parque y de la zona aledaña es muy rica, pero será motivo de otros recuerdos.

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